viernes, 1 de agosto de 2008

Son las doce menos cuarto y haría cualquier cosa menos irme a dormir. Ahora lo que ha sido hoy aún está aquí: risas con las Gilmore para empezar el día, barnizar la barandilla cantando Pereza y Ella baila sola y repasando momento a momento las pelis de Disney, comer al horario español un buen arroz a la cubana y recibir a Kaley (¿se escribirá así?), la perra que vamos a tener durante diez días porque sus amos se van de vacaciones, y luego ir un rato en bici con Christine y soñar que algún día vengo a estudiar aquí, a Albany, y vivo en una casita de color mostaza o frambuesa o esmeralda, y sentarme luego en las escaleras de entrada a contemplar el atardecer y dejar que fluyan las palabras, tal como salgan, y que digan lo que quieran decir. Luego cenar copos de avena y escribir e-mails (con demasiado sabor a acelga :P) hasta jurar no escribir más. Pero luego una se pregunta que por qué jura tanto, y acaba aquí, sin poderse ir a dormir todavía (porque si me voy a dormir se escapará hoy y llegará mañana, con sus nuevos momentos; y tras un día así una querría permanecer en este día un ratito más, por lo menos), contándole la vida a un triste blog por la pereza de ir a buscar la libreta y el bolígrafo.

Lo siento, aburrido lector que llegues aquí por casualidad.

Prometo no contarte más mi vida.

(¡Mecachis! ¿Pero no acababa yo de decir que no haría más promesas?).

En fin, sabed (muy a mi pesar) que nunca cumplo las promesas.

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